18 mayo 2009

Las reacciones que genera un Verdi modernizado


Los anunciados cambios que presentó "La Traviata" remecieron a la audiencia. Fue como revivir esas funciones de antaño, en cualquier teatro del mundo, con una audiencia enfervorizada por la ópera, aplaudiendo o pifiando a sus artistas. 

El Mercurio.- El primer título de la temporada 2009 (dedicado a la memoria de Ricardo Claro, en reconocimiento a su largo mecenazgo) resultó, en la noche inaugural, un evento muy distinto de lo esperado. Inicialmente, el público aceptó sin entusiasmo, pero sin expresar desagrado, la transposición de la trama a 1946 que plantea la producción de Jean Louis Grinda (régie), Jorge Jara (escenografía y vestuario), Ramón López (iluminación) y Éugénie Andrin (coreografía). Los abonados están enterados o han conocido en el extranjero esta tendencia o moda, muy marcada en Europa. Más aún, esa fórmula de los cambios de época se ha usado ya en producciones chilenas de las últimas dos décadas -casos de Norma, Pagliacci, Carmen, Don Pasquale y otros-, sin despertar resistencias.

Pero esta vez las encontró: la fiesta de Flora, con una coreografía deliberadamente provocativa, no gustó a una parte significativa de la audiencia, y el coro y danza de las gitanillas y los toreros, transformado aquí en un episodio de maltrato y abusos colectivos infligidos a una danzarina (¿quizá una suerte doble simbólico de Violetta?), recibió abucheos y silbidos que, partiendo de las localidades altas, contagiaron a parte de las inferiores. No fue una manifestación de conservantismo puritano, sino de desaprobación estética. El buen (o mal) gusto de esta coreografía es asunto opinable, pero es extremadamente inusual que el público chileno -por lo general, poco expresivo- demuestre rechazo a viva voz, como ocurrió. Cuando Grinda y su equipo salieron a saludar al final de la función, enfrentaron una sala dividida: tal vez una mitad en enardecida irritación, pero también algunos bravos aislados. Un duro precio, si hubo ánimo de épater les bourgeois, que dejó sin agradecimiento a múltiples detalles acertados de dirección actoral.

Dadas estas tormentas, lo musical pasó a relativo segundo plano. Gran lástima, porque Norah Amsellem es una muy notable Violetta en lo vocal y lo interpretativo dramático, que superó rápidamente un comienzo algo tímido para culminar su Sempre libera con el límpido agudo que el público siempre espera. Su tercer acto -con lograda iluminación de López- fue tan conmovedor como quepa desear, desplegando ricos recursos vocales y bella messa di voce en Addio del passato. Aplausos y "pataditas" premiaron su desempeño.

Menos convincente fue el Alfredo del joven tenor Francesco Demuro (que debió reemplazar a Dimitri Pittas, inicialmente previsto). Su voz no tiene aún el peso y la densidad requeridos -en esta etapa de su evolución, parecería quizás más adecuado en Ernesto de Don Pasquale y, de hecho, Nemorino está en su repertorio-, pero sorteó dignamente los escollos. Para el avezado Stefano Antonucci, Germont no ofrece dificultades vocales ni dramáticas, y el barítono construye su poco simpático personaje con evidente desenvoltura y total aplomo.

Correctos todos los comprimarios, bastante demandados en lo dramático por Grinda, particularmente Annina (Paulina González).

Jan Latham-Koenig dirigió con energía y equilibrios exactos, obteniendo una vez más un admirable rendimiento de la Filarmónica, y el coro probó la excelencia.

En suma, una producción que no gustará a muchos por el feísmo de algunos pasajes, y un nivel musical de buena categoría.

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