AP/Bayreuther Festspiele, Joche Quast
Articulo publicado en la seccion cultural del diario "La Vanguardia" de Barcelona
Por M. MOLINA/M. CHAVARRÍA (Barcelona)
El topónimo Barcelona puede asociarse con muchos calificativos: olímpica, de diseño, mediterránea, poderosa, buenista, aletargada, de los prodigios, incívica, canalla y también –o así reza la tradición– wagneriana. Si alguien se preguntaba sobre la vigencia de este último atributo, saldrá de dudas cuando sepa que, en la temporada operística 2012-2013, la ciudad celebrará el bicentenario del nacimiento de Richard Wagner con un acontecimiento que constituye una rareza en el actual panorama musical. Un acuerdo reciente entre el Liceu y el Festival de Bayreuth tiene la culpa.
El convenio establece que tres de las óperas que en el verano del 2012 se representarán en la cita wagneriana de Bayreuth recalarán en septiembre en Barcelona en versión concierto. Se trata de El holandés errante, Lohengrin y Tristán e Isolda, según ha podido saber este diario de fuentes próximas a la negociación.
Apenas hay precedentes de giras de las producciones de Bayreuth fuera del Festpielhaus, el teatro que el compositor mandó construir para perpetuar la difusión de su obra. Y Barcelona puede presumir de haber protagonizado uno de esos precedentes. Fue en 1955, cuando el Liceu acogió tres óperas de Bayreuth en el llamado Festival Wagner. En aquella ocasión, fueron los hermanos Wolfgang y Wieland Wagner, nietos del compositor, quienes negociaron el acuerdo con la propiedad del Liceu, presidida entonces por José Valls Taberner. Cincuenta y cinco años después, las interlocutoras han sido dos hijas de Wolfgang: Katharina Wagner y Eva Wagner-Pasquier.
Lo había avanzado en agosto en La Vanguardia el crítico Roger Alier, desde Bayreuth. Sugería que el desembarco del festival alemán en Barcelona podría ser realidad en el 2012, como ahora se ha confirmado. Finalmente, las representaciones se ofrecerán en versión concierto –acudirán la orquesta del festival bávaro, los coros, las voces principales y los directores musicales–, ya que traer la escenografía suponía un coste inasumible. Los tres títulos se ofrecerán en un ciclo que tendrá entidad propia dentro de la programación regular, tal como ya se hizo en 1955. El teatro barcelonés logra con este acuerdo gran proyección internacional, en un momento en el que el galáctico Gérard Mortier acapara los focos como nuevo director del Teatro Real de Madrid.
La rivalidad Barcelona-Madrid, en lo operístico más mediática que real, estuvo también presente en la prensa de 1955. La Vanguardia citaba en una crónica de entonces a un periodista de la capital que tenía muy asumido que desplazarse a Barcelona para informar sobre ópera era "peregrinar a la Meca" de la música.
Pero, más allá de lo anecdótico, los paralelismos históricos son escasos. Hace 55 años, al Liceu acudió la esposa del dictador, Carmen Polo de Franco, mientras que dentro de dos años es de prever que en el palco principal se siente algún miembro de la constitucional familia real. En aquellos tiempos, con una oferta cultural limitadísima, la ciudad se volcó en el festival. Incluso los comercios del paseo de Gràcia decoraron sus escaparates con motivos wagnerianos. Ganó Loewe.
Por lógica biológica, no vendrá a Barcelona, como sí hizo entonces, el príncipe Adalberto, embajador alemán en 1955 y descendiente de Luis II de Baviera, el rey que construyó Neuschwanstein y que compartió tardes de hípica con la emperatriz Sisí.
Pero cualquier tiempo pasado no fue necesariamente mejor. A diferencia de entonces, el renovado Liceu ya no requerirá de una puesta al día tecnológica, y los elegantes pisos superiores no serán aquellos tendidos de cuya dejadez se quejaba el cronista. La capacidad del Liceu de difundir por medios telemáticos lo que sucede en el escenario de la Rambla permitirá, además, que el segundo festival wagneriano sea un hito planetario.
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