Ernesto Bauer (Donner) y Francesco Petrozzi (Loge) en "Das Rheingold" de Wagner, producción
de Marcelo Lombardero en el Teatro Argentino de La Plata (Foto: G. Genitti)
(Critica de Juan Carlos Montero para el diario La Nación de Argentina)
Dirección musical: Alejo Pérez / Regie: Marcelo Lombardero / Con: Hernan Iturralde, Adriana Mastrangelo, Maria Bugallo y otros / Escenografía: Diego Siliano / Vestuario: Luciana Gutman / Iluminación: José Luis Fiorruccio
La renovada propuesta escénica y la calidad de la versión musical de El oro del Rin , prefacio del ciclo El anillo del Nibelungo , de Wagner, que se ofrece en forma integral por primera vez en el Argentino de La Plata, se constituye en otro suceso artístico trascendente para la institución y para el rico historial que atesora la vida cultural de la ciudad.
Es que desde una admirable concertación musical lograda por la batuta de Alejo Pérez y un caracterizado conjunto de cantantes quedó nuevamente ratificado el genio inspirado de un sinfonista romántico de fuste, pero que sin duda fue polémico como pocos, por esa mente que acaso haya vislumbrado una evolución tecnológica imprescindible para satisfacer fantasías casi imposibles en los teatros de su tiempo.
Pero hoy, en tiempos de la imagen reproducida en formas diferentes, las propuestas del compositor facilitan espectáculos maravillosos como el que ofrecen Marcelo Lombardero, su equipo de colaboradores y un elenco de excelentes actores-cantantes. Todos ellos están mimetizados en la personalidad de sus respectivos personajes y lucen un canto de perfecto estilo wagneriano con singular fidelidad.
Ya en el preludio iniciado por un largo y tenue pedal que simboliza el reposo de la naturaleza original y se va trasformando en agua, en ondulante movimiento, se descubrieron calidad en la orquesta y acierto en la batuta. Más adelante aparecen las ondinas Woglinde, Wellgunde y Flosshilde -ninfas confiadas a Victoria Gaeta, Gabriela Cipriani Zec y Florencia Machado-, despreocupadas custodias del oro aún inmaculado, que juguetean con displicencia sin advertir la ruindad de Alberico, que encarna el desamor y la ambición. Las jóvenes cumplieron su actuación con gran soltura y encantadora plasticidad.
El bajo-barítono Hernán Iturralde fue un Wotan -dios supremo que personifica la voluntad, pero que está sometido a las consecuencias de sus actos- de voz bien matizada, seguro en la faz musical y sobrio y aplomado en la creación de un personaje que sobrelleva cambiantes estados de ánimo, logrados en todas las situaciones con naturalidad, fuerza expresiva, autoridad y una declamación en perfecto estilo.
Asimismo fue muy buena la actuación de Francesco Petrozzi, dotado de una voz firme y segura, encarnando a Loge, el dios del fuego, de la astucia y del engaño, un tenor italiano (el autor de esta critica confunde a Petrozzi como italiano, siendo este peruano) que domina asimismo el alemán como no podía ser de otro modo tratándose de un miembro estable de la Opera de Munich desde 2002.
La consagrada mezzo Adriana Mastrángelo no sólo lució su belleza y estampa como Fricka, esposa de Wotan y diosa del matrimonio, sino también su hermosa voz de timbre y color cautivantes y seductores. Por su parte, fue sumamente destacada la actuación de la soprano María Bugallo como Freia. No sólo lució capacidad de actriz, sino también matizado color vocal y segura musicalidad.
Los bajos Christian Peregrino y Ariel Cazés, como los gigantes Fasolt y Fafner, aportaron sobriedad y la necesaria rusticidad a sus roles. En tanto que Isabel Vera, como Erda, diosa de la sabiduría, dejó escuchar bella su voz, mientras que Ernesto Bauer y Martín Muehle, como los dioses Donner, del trueno, y Froh, del amor, cumplieron su tarea con energía y convicción. El tenor Sergio Spina, como Mime, actuó con soltura. Es decir, todos conformaron un ramillete de actores cantantes de primer orden.
Como la obra es un continuum musical sin cortes, los innumerables cambios escénicos y lumínicos fueron realizados con habilidad y perfección. En definitiva, tanto por los aspectos positivos musicales como vocales, actorales y de montaje escénico, la versión nos resultó deslumbrante, tanto por la belleza plástica como por su original grandiosidad.
No coincido con la crìtica respecto a la puesta de la ópera. Resulta chocante e inapropiado mostrar dislates como villas miseria en lo que serìa el entorno del Rhin. Dioses trasladàndose en ascensor. Vestuario moderno para una ópera que habla de dioses mitològicos. realmente perdió toda la fantasía que crea esa música maravillosa, indescriptible.
ResponderEliminarEl público clasemediero porteño siente terror a las puestas escénicas de Lombardero. La sola mención de las "villas-miserias" incluídas en la escenografía, resultan un recordatorio de la realidad cotidiana, resulta para los filisteos porteños que huyen de la programación "macrista" del Colón, una verdadera afrenta a su imaginación de queres estar en La Bastilla o en la Scala. Típicos prejuicios de un público que solamente se atosiga con Verdi, en la versión esconográfica de Oswald, con sus miriñaques y plumas, o con "Giselle" con sus picos nevados y sus chalets alpinos.
ResponderEliminar¡ Bienvenida sea la concepción moderna de la ópera de Lombardero y su equipo! Puestas en escenas que nos obligan a pensar sobre la realidad y sobre la punzante naturaleza humana, sus miserias y altibajos que abundan en la vida argentina actual. Más aún, cuando la ópera se convierte en una "obra de arte total" involucrando los planteos estéticos de Wagner, entremezclados con "nuestra" realidad. A su modo, Lombardero nos presenta un nuevo lenguaje escénico.
Aplaudo la osadía de la puesta del Teatro Argentino. Además de la imaginación, frente a la pobreza de las puestas del emblemático Teatro Colón, último refugio del filesteísmo porteño.