(Beethoven.cl) En el bicentenario de Giuseppe Verdi, la Corporación Cultural Universidad de Concepción (CORCUDEC) trajo a escena una de sus ópera más queridas, “La Traviata”. Este montaje corresponde al título anual que realiza la temporada penquista, y además complementa el concierto que la Orquesta Sinfónica U.de Concepción realizó en junio pasado en homenaje a Richard Wagner, compositor que también cumple 200 años.
Y sería justo partir hablando de la agrupación orquestal, pues esta sonó impecable durante casi la totalidad de la ópera. El delicado y firme sonido obtenido fue manejado con gran maestría y sensibilidad por el canadiense Julian Kuerti, quien ostenta el cargo de Director Principal de la orquesta (en la práctica, es como su titular). El acompañamiento orquestal fue vital como sostén para los cantantes, logrando una unión sonora que hizo de esta “Traviata” una gran experiencia auditiva.
Su historia de amor imposible que termina en tragedia, tan conocida por muchos amantes de la ópera por lo demás, fue contada claramente por el equipo comandado por el regisseurGonzalo Cuadra. Los sobrios diseños escenográficos e iluminación de Francisca Bravo, dieron pie a cuadros plásticos totalmente acordes al carácter de cada escena, logrando así la necesaria diferenciación. Más fragmentario fue el resultado del vestuario de Marianela Camaño, que no mostraba una unidad estilística con su unión de trajes modernos, tenidas informales en algunos miembros del coro y algunos diseños más “clásicos”.
El reparto fue liderado por la soprano argentina María José Dulín, quien encarnó a la sufrida Violetta Valery, mostrándola frágil y atormentada por la amenaza de la muerte (acertadamente representada por tres extras en trajes oscuros que la rondan de manera constante). Su interpretación vocal fue poderosa, logrando las sutilezas de estilo requeridas por el rol, aunque le faltó una mayor cuota de dramatismo en el fatal desenlace del acto final.
Alfredo fue interpretado por el tenor peruano Andrés Veramendi, mostrándose muy parejo en lo vocal y enfatizando con su caracterización, el profundo amor que siente su personaje por la protagonista. Esto se materializó en un Alfredo totalmente apasionado, y que llevó todo el peso del romanticismo exhalado en esta puesta en escena.
El barítono chileno (y penquista) Rodolfo Seguel, quien brilló el año pasado en el “Don Giovanni” de la ciudad del Bío Bío, tuvo un desempeño sobresaliente como Germont, padre de Alfredo. Desmarcándose de los roles cómicos con los que ha triunfado, su caracterización aquí fue convincente, gracias a una actuación que transmitió empatía por este progenitor preocupado por el sentir y destino de su hijo. Su excelencia en lo escénico se condijo con su interpretación musical.
Un punto que merece ser destacado de esta “Traviata” fue su carácter celebratorio. Lo decimos por el júbilo obtenido en las dos escenas de fiesta que contempla la obra (inicio de la obra y segunda escena del Acto II). Fueron dos momentos llenos de humor, vivaces, aunque con algo de desorden en el uso del espacio escénico por parte de los miembros del Coro Sinfónico U.de Concepción (director, Carlos Traverso), el cual sin embargo, tuvo un correcto desempeño musical. Podríamos decir que estas fiestas de la obra (incluido el famoso brindis del Acto I), simbolizaron la celebración del gran compositor en su bicentenario.
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