Hoy 21 de octubre se cumple el primer centenario de Sir Georg Solti. Compartimos un texto escrito en 1998 por Felipe Santos, de la "Nueva Revista" al cumplirse el primer aniversario de la muerte de Solti, uno de los directores de orquesta pilares de nuestro tiempo.
El pasado 5 de septiembre se
cumplió el primer aniversario de la desaparición de uno de los últimos
"emperadores del podio", tal y como lo catalogó el prestigioso diario
londinense The Times: Sir Georg Solti. NUEVA REVISTA no ha querido
desaprovechar esta oportunidad para rendirle un merecido homenaje.
La casualidad hizo que falleciera
el mismo día que el mundo se paralizó con el funeral de la princesa Diana, por
lo que su muerte pasó un tanto desapercibida. Aquel día, The Times escribió de
él lo siguiente: "Cuando él estaba presente en el podio, había
electricidad en el aire. Él tenía el poder de excitar al auditorio y el también
extraño poder de servir de inspiración a sus propios músicos (...). Lo más
impresionante de él eran sus ojos, que clavaba en los de su interlocutor con una
extraordinaria intensidad. Todo lo hacía con tutta forzcc. sus entusiasmos, sus
disgustos, sus pasiones del momento".
Sir Georg Solti dirigía sus
orquestas con vehemencia, con el empuje que le daba su pasión por la música.
Esta energía, que se transmitía al auditorio como un reguero de pólvora en
cuanto comenzaban las primeras notas de sus conciertos, le acompañó hasta el
final de sus 84 años.
La última vez que dirigió en
nuestro país fue en Madrid, el 31 de octubre de 1996, en el Auditorio Nacional.
Vino al frente de una de sus formaciones favoritas, la Orquesta Filarmónica de Londres,
y deleitó a un entregado respetable con la octava de Beethoven y la Primera
Sinfonía de Brahms. La gran ovación con la que se recibió a Solti, cuando
todavía no había dirigido una sola nota, fue la manifestación más sincera de
agradecimiento de un público, en memoria de tantos y tantos momentos sublimes
que Solti, con sus obras, había proporcionado hasta entonces.
Solti comenzó a tocar el piano en
un pub de Budapest por dinero, para ayudar a su familia a pagar las deudas de
juego que contraía habitualmente su tío, al que siempre ayudaban. Su origen
judío le obligó a huir a Suiza justo después de dirigir Las Bodas de Fígaro, de
Mozart, su primera ópera en Budapest. Aquella noche del 11 de marzo de 1938,
los tanques alemanes invadían Austria.A partir de ese momento, Solti
viviría el preludio de lo que iba a ser su vida. Una vida plagada de
dificultades, que sólo amainaría en los últimos años.
En Ginebra, donde se refugió
durante la guerra, sobrevivió otra vez gracias al piano y a las clases que
podía impartir. La primera noche en Suiza recibió un telegrama de su madre que
decía: "No vuelvas". Un tiempo más tarde, ella moría en un campo de
concentración nazi. Su llegada como director
artístico al Royal Opera House de Londres no fue tampoco un camino de rosas y
su labor tardaría varios años en cuajar. Todas estas fueron dificultades que
marcarían la carrera artística de Georg Solti y, probablemente, su manera de
hacer las cosas. Una vez, una joven pianista le
pidió consejo al director sobre qué debía hacer. Su consejo fue el siguiente:
"No se preocupe, si es usted buena, lo conseguirá; si no, no. En cualquier
caso, no se preocupe. Habré hablado con cinco mil pianistas a lo largo de mi
carrera. De ellos, sólo cinco han podido impresionar al mundo, no diré cuáles.
Si usted está entre esos cinco, no se preocupe, y si está en el resto,
preocúpese, pero sólo un poco. Lo más importante es que usted lo siga
intentando".
LA CALIDAD DEL MÚSICO, SU
EDUCACIÓN
Solti decía que "lo que
produce mayor calidad en los músicos es su educación". Por eso, él se
esforzaba personalmente en este empeño y, a veces, con un excesivo
apasionamiento que derivaba en duras reprimendas a sus músicos y, lo más
habitual, a sus cantantes.
En Budapest, donde nació el 21 de
octubre de 1912 en el seno de una familia judía, Solti asistió a la Academia Liszt,
donde estudió piano, composición y dirección con Bartók, Dohnányi, Kodály y Leo
Weiner. Sus inicios como pianista no le impidieron empezar a trabajar en 1937,
cuando sólo contaba con 25 años, en la Ópera del Estado de Budapest. Hasta ese
momento su nombre era Georgy Stern, pero cambió su apellido por el de Solti. Ese
mismo año, fue asistente de Arturo Toscanini en el Festival de Salzburgo; llegó
a ensayar La Flauta Mágica en presencia del mítico director. "Estaba al
piano, en el escenario, dando las entradas a los cantantes del Festival. De
repente, mi corazón se paró. A mi derecha estaba de pie un hombre de baja
estatura que llevaba sombrero, que se retorcía el bigote mientras no perdía
detalle de los que allí estábamos y de lo que estábamos haciendo. Era
Toscanini. Después del ensayo, recuerdo una sola palabra. El maestro me dijo:
'bene’. Recuerdo que aquello fue lo más importante que me ocurrió en mi
carrera".
A partir de aquel momento, su
dedicación le convertirá, tras el paréntesis de la guerra, en uno de los
directores más expertos en las representaciones de ópera. La primera que
dirigió fue Las Bodas de Fígaro, en Budapest. No volvería a dirigir otra ópera
hasta ocho años después, cuando el gobierno militar estadounidense le invitó a
dirigir la representación de Fidelio en Munich. Su éxito fue tan rotundo que le
nombraron director musical de la Ópera del Estado de Baviera, donde
permanecería seis años.
RICHARD STRAUSS
En aquella ciudad conocería a
Richard Strauss, una de las relaciones personales que más le marcaron en su
vida. Dirigió en su presencia una representación de El Caballero de la Rosa con
motivo de su 85 cumpleaños y, al día siguiente, el compositor invitó a Solti a
irse con él a su casa de Garmisch, donde estuvieron hablando de la música y de
la vida, como el propio director ha contado más tarde. Del contenido de aquella
conversación sólo queda la curiosidad de leerlo en sus memorias, que todavía no
tienen fecha para su publicación en español.
Probablemente, mucho del saber
que ha transmitido a tantas generaciones de músicos tuvo su origen en aquella
conversación. Su relación fue lo suficientemente intensa entre ambos como para
que el propio Solti dirigiese el terceto del tercer acto de El Caballero de la
Rosa en la ceremonia de cremación de los restos de Strauss en 1949. Con el
tiempo, él mismo se convertiría en uno de los más consumados especialistas en
dirigir obras de Strauss. Óperas como Elektra, Salomé, La Mujer Sin Sombra o El
Caballero de la Rosa cuentan con versiones de referencia a los ojos de la
crítica internacional.
LA ÓPERA
Una vez, Solti dijo que "si
yo hubiera tenido un hijo, sólo le hubiera permitido dedicarse a esto con la
condición de que empezara a aprender el ofició trabajando en un teatro de
ópera. La ventaja de hacerlo así es que se empieza ya con el material más
difícil. La ópera resulta mucho más compleja que el repertorio sinfónico. Si se
empieza dirigiendo ópera, se adquiere una educación total, al tener que
trabajar con cantantes y resolver al mismo tiempo los problemas derivados de la
acción teatral. Un buen director de ópera puede perfectamente convertirse en un
gran director sinfónico. Lo contrario es casi imposible".
Sin embargo, tras la etapa que le
llevaría a la Ópera de Frankfurt, el verdadero deseo de Solti era comenzar
cuanto antes su etapa dentro de la música sinfónica. Literalmente, se moría por
dirigir en sala de conciertos y, por eso, la oferta que le llega después de una
exitosa representación de El Caballero de la Rosa en el Covent Garden de
Londres se queda en segundo plano al ver que tiene una oportunidad para dirigir
la Filarmónica de Los Ángeles. Sin embargo, un error de los gestores de la
orquesta impidió que el maestro recalara en Estados Unidos: nombraron un asistente
sin su aprobación previa. Aquel asistente era el director Zubin Mehta.
Bruno Walter, uno de los mejores
directores de orquesta de la historia, animó a Solti a que aceptara la oferta
de Londres. Así, en septiembre de 1961, el director húngaro aceptaba el desafío
de devolver al Covent Garden londinense a los primeros lugares de la escena
operística mundial. Este empeño no resultaría nada fácil.
LONDRES
Es evidente que el carácter de
Solti chocó frontalmente con la forma británica de hacer las cosas.
Probablemente, no por él, sino por su tradición germánica en la dirección
musical de un teatro de ópera. Los primeros encontronazos no tardaron en
llegar. Un día, disgustado por el ensayo del coro, convocó a todos a un ensayo
extra un sábado por la tarde. Su enfado fue en aumento cuando le dijeron que el
ensayo era imposible, porque en el coro había tres jugadores de rugby galeses
que aquella tarde jugaban un decisivo Inglaterra-Gales de la Copa de las Naciones.
La disciplina férrea que imponía a sus músicos no tardó en desencadenar los
primeros motes. Empezó a conocerse a Solti con el alias de "el prusiano"
o "la calavera gritona", debido en gran medida a su aspecto y a su
especial mezcla, a veces ininteligible, de inglés y húngaro.
Sin embargo, lo peor vino con la
crítica. Don Giovanni, de Mozart, La Walkiria, de Wagner, y La Fuerza del
Destino, de Verdi, fueron acogidas como auténticos fracasos. El caso era
especialmente sangrante en todo lo que hacía sobre Mozart. La crítica lo
encontraba duro y excesivamente implacable. En muchas ocasiones, durante los
primeros tres años, estuvo a punto de dimitir, pero las habilidades
diplomáticas de Lord Drogheda, presidente del consejo gestor del teatro,
lograron retenerle.
El cambio de la situación vino en
1964. Solti acepta el proyecto de Decca de dirigir la Tetralogía de Wagner con
la Filarmónica de Viena. Este proyecto le llevaría siete años. A la vez, en
1965 incorpora a su repertorio Moisés y Aarón, de Schoenberg, y más tarde,
Arabella y La mujer sin sombra, de Richard Strauss. Estos compositores
consagraron definitivamente a Solti en el Covent Garden e impresionaron a la
crítica las noches dedicadas a Strauss; especialmente, La mujer sin sombra, que
adquirió fama internacional y se convirtió en una de las grandes en su
repertorio.
Solti deja el Covent Garden en
1971. Al año siguiente, la reina Isabel II le concede el título de
"Sir" por su contribución a la música y, en especial, a la escena
operística británica. Una vez desvinculado de Londres, volvería ocasionalmente
para dirigir ópera. Cada vez que lo hacía, era recibido como un héroe y
recordaba con sorna a los críticos británicos qué bien le trataban desde que no
estaba allí. No obstante, el público británico reconoce un antes y un después
del Covent Garden tras la etapa Solti.
LA MÚSICA SINFÓNICA
Tras un período en la Ópera de
París, Sir Georg Solti puede cumplir su sueño de dedicarse con exclusividad a
la música sinfónica en 1969. Aquel año, es nombrado director titular de la Orquesta
Sinfónica de Chicago, trabajo que ocuparía hasta 1991. La primera vez que
dirigió a esta orquesta fue en 1954 en el festival de Ravinia. Los 22 años que
dura esta relación dan a la música uno de los matrimonios musicales más
impresionantes de este siglo. ¿Cuál era su secreto? Richard Morrison, crítico
del Times de Londres, escribía que "obviamente, el maestro Solti no tenía
una depurada técnica debatuta. (...) Lo que el maestro tenía era la inamovible
convicción de cómo tenía que sonar aquello. Entre la concepción y la ejecución
siempre mediaba sangre, sudor y lágrimas, pero al final siempre conseguía que
tocaran como él quería".
La revista Newsweek diría de él
que "al frente de Chicago, ha fustigado, engatusado, martilleado, pulido y
conjurado un sonido orquestal que une dos propósitos opuestos entre sí. Por un
lado, un seductor y meloso rugir del viento y los metales. Por otro, un meticuloso
control del tono de la cuerda, hasta el punto de lograr que 60 músicos toquen
con la claridad y frescura de una orquesta de cámara".
Al frente de Chicago, Solti
profundizaría en su repertorio wagneriano. Una de sus grabaciones más importantes
con esta orquesta fue la que realizó sobre las oberturas y preludios de las
óperas El Holandés Errante, Tahnhauser, Tristán e Isolda y Los Maestros
Cantores de Nuremberg. Siempre se ha reconocido el Wagner de Solti como uno de
los mejores del mundo. Lo mejor sigue siendo su Tetralogía. Más de una vez se
ha afirmado que los últimos veinte minutos del Oro del Rhin constituyen una de
las cimas de la discografla de todos los tiempos. Durante sus últimos años
acarició la posibilidad de volver a grabarlo, pero siempre manifestaba que era
un proyecto muy trabajoso y que le faltaban, claramente, las voces. Una de
ellas era Birgit Nilsson, que estuvo con Solti en numerosos proyectos. De
hecho, la última ópera que dirigió en Covent Garden siendo director artístico
fue Tristán e Isolda.
El Romanticismo fue su gran área
de especialización. Particularmente sobresalientes son, además de Wagner,
Mozart y Strauss, sus versiones de Bruckner y Mahler, sobre todo con la
Sinfónica de Chicago. Sin embargo, no se ciñó exclusivamente a estos compositores.
Cada año incorporaba nuevos compositores tan dispares como Elgar, Tippett,
Bartók o Johann Sebastian Bach.
Además de la Sinfónica de
Chicago, también ha sido frecuente verle con la Filarmónica y la Sinfónica de
Londres, la Filarmónica de Viena, la de Berlín, la de Cleveland y, en sus
últimos años, con el Real Concertegebouw de Amsterdam.
Lo que Solti deja al mundo de la
música se podría resumir en una de sus frases: "Lo que más me interesa de
una orquesta es que sus integrantes amen la música que interpretan". La pasión
siempre fue un común denominador en la vida y en la obra de este director,
quizá en parte debido a la azarosa vida que llevó, obligado siempre a pelear
contra la circunstancias.
Es posible que esa pasión por lo
emotivo, que le hacía obligar a sus músicos a dar siempre lo mejor de sí mismos
cada vez que tocaban, fuera consecuencia de su propia experiencia personal.
"Amo mi profesión y la vida, y eso ya es suficiente".