El Maestro posee il braccio más admirado, se luce en la dirección con la muñeca y tiene un nombre que significa “espada poderosa”. Pero su carrera comenzó cuesta arriba. En 1958 ganó un concurso de la Filarmónica de Liverpool y el puesto de asistente de su director, Sir John Pritchard. Este había discrepado con el jurado y así se lo hizo sentir. Mehta pasó a las plazas menores.
En 1960 todo cambió. Su agente lo colocó como remplazo en conciertos de las orquestas de Toronto, Filadelfia, Nueva York y Montreal (OSM). Lo siguiente tuvo visos de leyenda. La OSM le ofreció la dirección permanente un día después de su debut, la Filarmónica de Los Ángeles lo hizo titular en 1961, y ese mismo año debutó con las filarmónicas de Israel, Berlín y Viena.
A los 25 años, Mehta llegó a lo más alto, pero los nombramientos de jerarquía mundial siguieron: la Filarmónica de Israel (1977), la Filarmónica de Nueva York (1978), el Maggio Musicale Fiorentino (1986) y la Filarmónica de Munich (1998). En resumen, no lo hizo famoso el Concierto de los Tres Tenores (Roma, 1990); participó en él porque ya lo era.
El programa para Lima comprende la Sinfonía N° 40 de Mozart y la Quinta Sinfonía de Mahler, una especialidad de Mehta. Son piezas totalmente distintas.
La Quinta es inmensa, de dinámica compleja y partes de cámara y para virtuosos. Su partitura de 280 páginas tiene mil instrucciones escritas, varias contradictorias. Es para disfrutarla, no para entenderla. Un mapita ayuda a seguirla en el teatro.
El primer movimiento es decisivo: si no va bien, no lo hace el resto. Abre con el solemne solo de trompeta (Yigal Mectzer) de una marcha fúnebre, cuyo tema se repite y al final lo extingue una segunda trompeta, con sordina, seguida por un solo de flauta que acaba en un pizzicato de los bajos.
El segundo movimiento, de “emotividad tormentosa y máxima vehemencia”, muestra cómo, simultáneamente y con la misma música, los clarinetes y las violas trabajan y avanzan haciendo exactamente la inversa.
El tercer movimiento, de danzas y evocación campestre, plantea exigencias heroicas al primer corno (James M. Cox), pero al ser un “scherzo no muy rápido” su duración va de 16 a 19 minutos, dependiendo del director.
Sigue el sublime “Adagietto muy lento” para arpa y cuerdas, de por sí una contradicción dinámica porque un Adagietto es más vivo que un Adagio, y éste es más rápido que un Lento, razón por la cual un Adagietto muy lento se traduce en una duración de 7 a 15 minutos, según se le piense como un canto de amor por Alma, o un lamento por Mahler. Pero Mehta no es de tiempos lentos. El Rondó final lo comienzan los vientos y una sola nota muy baja del primer violín, pero toma cuerpo con toda la orquesta hasta un final rápido y seco.
Para Lima, será una ocasión de esas que se dan una vez en la vida.
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