Por J.A. Vela del Campo - El País
Vea aquí un vídeo de la producción
El azar, la necesidad y una extraña coherencia escénica han coincidido en la nueva producción de Così fan tutte que presentó este sábado el Teatro Real. El azar viene de la elección de Michael Haneke como director teatral, justo en un momento de reconocimiento artístico en varios frentes gracias a su película Amor. La necesidad de un éxito por todo lo alto flotaba en el ambiente en torno al Real. Se esperaba gracias a la expectación que había generado este espectáculo, como lo prueba la multitudinaria asistencia con sobradas muestras de admiración que provocó esta semana la concesión de la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes al director. La coherencia escénica era una incógnita dada la falta de información sobre el montaje que Haneke había impuesto, algo muy diferente a la otra ópera de Mozart que había dirigido en 2006 en París, Don Giovanni, donde hizo una descripción detallada de las características de cada personaje en su tratamiento teatral. En esta ocasión pidió que el propio espectador se enfrentase sin explicaciones previas a lo que veía en escena. El resultado ha sido realmente estimulante.
Obvio es recordar que el ideal de ópera en el siglo XXI –y en los demás- supone la conjunción de valores vocales, instrumentales y teatrales. En este Così fan tutte es evidente que el protagonismo principal ha correspondido a Haneke, lo cual no ha supuesto un abandono de los valores más específicamente musicales. Al contrario. Todo ha funcionado con un gran nivel de integración, algo nada fácil de conseguir en una ópera tan compleja como ésta. De entrada Haneke, tanto en el cine como en sus incursiones en la ópera, otorga una importancia fundamental a la dirección de actores. En ese sentido su trabajo en Così ha sido excepcional. Es clave lo que se dice -de ahí la atención primordial a los recitativos que desemboca inevitablemente en una lentitud del desarrollo que contagia a la orquesta-, pero también el gesto, el movimiento y la creación de atmósferas gracias a la iluminación. El sello cinematográfico Haneke se nota en eso, y también en la existencia de un sentimiento trágico y conceptual de los valores morales, saltándose las coordenadas realistas al pie de la letra.
El personaje de Despina, pongamos por caso, deja de ser una criada ingenua y pícara, como normalmente se representa, para convertirse en una joven que se las sabe todas, con un sentido del humor en segundo plano. La vitalidad de los personajes de esta comedia perversa queda marcada por unos pasos de baile y poco más. Lo que queda claro es la condición humana y la fragilidad de los sentimientos. Hay un factor que posee un mérito especial: la fidelidad absoluta a Mozart desde una sobriedad sabia. Y un peligro, sobre todo en la primera parte: la dosificación de las emociones por un control exhaustivo del ritmo escénico, que puede llevar a una sensación de distanciamiento por momentos.
En cualquier caso el trabajo es de una gran coherencia, en su combinación de los siglos XVIII y XXI desde el vestuario, en la implicación social gracias al papel del coro y en la capacidad como actores de los cantantes. Puede ser que algunas arias o conjuntos pasen más desapercibidos de los deseable pero, en cualquier caso, el equipo vocal es compacto y la orquesta se mueve con pericia y sensibilidad con el tratamiento de tempo elegido. Recuerda, por su compromiso de profundidad humanista en las relaciones entre los personajes, Haneke más a Strehler, e incluso a Chéreau, que a otros directores de cine que han afrontado esta obra como el iraní Abbas Kiarostami. La velada transcurrió, en líneas generales, a un buen nivel musical. Sin voces superlativas, pero con cantantes-actores que transmitían la complejidad intelectual de los sentimientos.
Con todos estos valores puestos en juego el gran triunfador de la noche no fue Haneke sino Mozart, algo que debe satisfacer plenamente al director muniqués nacionalizado austriaco. La música de Mozart dio alas al drama teatral, llegando donde solamente la música puede llegar. En ese aspecto de integración teatral-textual-filosófico-conceptual-plástico-musical la representación de Così fan tutte tuvo un gran poder de seducción. Y eso se debe a Haneke más que a nadie. Por saber dejar a un lado la aspiración a una versión personal, como en Don Giovanni, y poner toda su inteligencia al servicio de la música de Mozart más que a su exhibición personal. En los días previos él mismo decía que una ópera de Mozart siempre lleva al fracaso en una medida u otra. Su diseño escénico ha permitido acercarse a Così fan tutte con una sensibilidad de nuestros días, pero no ha cerrado el campo ni mucho menos. Al contrario. Ha subrayado que Mozart sigue siendo nuestro contemporáneo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario