Por SUSANA GAVIÑA
ABC.ES
"Tras ganar España a Alemania, mi mujer me llamó y me pidió el divorcio", bromea el director musical del Teatro Real. Y es que Brigit, su esposa, es alemana. Pero la sangre no llegó al río. La pasión por el fútbol de López Cobos se ha dejado ver estos días durante los ensayos del que será su último título en el coliseo madrileño, "Simon Boccanegra", de Verdi. "Yo no quiero que toquéis como estrellas, sino como un equipo", pedía a la Orquesta Titular del Real el pasado miércoles. Para felicitarles después. "Si nuestra selección juega como habéis tocado ahora, esta noche ganaremos el partido".
En su despacho, antes de volver a bajar al foso donde tiene colocada una camiseta de la Roja como talismán, López-Cobos habla sobre la ópera de Verdi. Con libreto de Francesco Maria Piave y Arrigo Boito (basado en la obra de Antonio García Gutiérrez) fue estrenada en 1857 con poco éxito, lo que llevó a varias revisiones, la más importante en 1881, que es la que subirá al escenario del Real el 17 de julio. Sin embargo, este título nunca llegó a ganarse el favor del gran público. "Por dos motivos, la intriga era y es complicada, típicamente romántica; y por otro lado, porque Verdi buscaba otro modo de expresarse y compuso una obra en la que no hay prácticamente arias, sólo una... Fue una obra que no respondió a las expectativas del público después de "La Traviata"", aclara López-Cobos. En esta segunda versión, con influencias de Wagner, el compositor "da más peso a la parte orquestal pues subraya el carácter de cada personaje. La obra ganó mucho con esto". En el Real se verá en una producción propia de 2002, firmada por Giancarlo del Monaco, y contará con dos estrellas: Plácido Domingo, en el papel de Boccanegra, que ha paseado con gran éxito esta temporada, y que supone su incursión en el registro de barítono; y con la soprano Angela Gheorghiu, si no cancela...
-Usted entró en el Real con un Verdi, «La Traviata», y se va con otro...
Ha sido pura casualidad, no ha sido nada programado. Me alegro de terminar con una obra que me encanta, porque te deja mejor sabor de boca.
-En estas siete temporadas ha dirigido partituras de Mozart, Verdi, Wagner, dos estrenos españoles (Balada y Sánchez-Verdú), zarzuela... ¿Qué le ha quedado por hacer?
Me hubiera gustado hacer «Falstaff», mi obra preferida de Verdi.
-¿Y cuál ha sido su momento más satisfactorio musicalmente?
Como producción en conjunto, "Diálogo de Carmelitas". Creo que ha sido el espectáculo más redondo que yo he dirigido aquí. Funcionó todo. Son de esos momentos que ocurren pocas veces. También hay otros títulos, pero yo no los he dirigido...
-En contra de lo que se ha dicho, ¿está el Teatro Real al nivel internacional que merece?
Por supuesto que sí.
-Uno de sus objetivos, cuando asumió la titularidad, fue consolidar la orquesta. ¿Lo ha conseguido?
Sí, en el sentido de que la orquesta ha dado un paso hacia delante clarísimo, con un buen cambio generacional sin traumas. Han entrado 32 músicos estos años. El trabajo con la orquesta, aparte de las decepciones que yo haya tenido, ha supuesto una satisfacción constante. Por su peculiaridad en parte, al tratarse de una orquesta privada que sólo tiene un comité artístico. Ésa es una situación ideal para cualquier director, porque sólo piensas en la parte artística y no en la sindical. Muchos directores invitados han reconocido el espíritu de colaboración de esta orquesta.
-¿Cree que a veces ha sido tratada de manera injusta por la crítica?
Nadie es profeta en su casa...
-¿Se le puede aplicar también a usted ese dicho?
Sí, creo que es una constante para todos los artistas. A mí no me importa, mientras siga siendo bueno para dirigir en París, en Viena o en Berlín, donde voy a ir estos próximos años... Me he acostumbrado a vivir y a dirigir fuera de mi país. De los 41 años que llevo trabajando, he dirigido diez aquí, siete en el Real y tres o cuatro en la ONE.
-España presume de ser un país que invierte mucho en cultura, en infraestructuras, en programaciones... pero tiene un lastre, la excesiva incursión de la política en la gestión cultural.
Sí, siempre ha sido así. Es típico de los países latinos. Es un mal endémico. Recuerdo los 19 años que estuve en Berlín. El intendente, Friedrich, estuvo veinte años. En ese tiempo cambió la política de Berlín y en el país entero, pero él siguió. La política, cada vez que cambia, no tiene que decidir los relevos en cultura, porque esta se rige por otros principios. Para que un teatro crezca no puedes estar haciendo cambios cada tres o cuatro años. Este teatro tiene 12 ó 13 años de historia, y va ya por la cuarta dirección. Los principales teatros de referencia no funcionan así. Levine lleva 30 años en el Met; en el Covent Garden, en el espacio de 50 años, hubo tres directores musicales; en la Scala, entre Muti y Abbado estuvieron 30 años... El trabajo con una orquesta es tan lento que no se puede hacer en 3 años y seguir subiendo. Y los políticos trabajan a corto plazo. Los que decidieron qué había que hacer en el Real no llegaron ni a ver los cambios. Eso es lo que me da pena, porque ves que a la larga aquí no se puede hacer nada. Con esa amargura me voy. Por lo demás, me marcho muy satisfecho con la orquesta, aunque me llevo la decepción del coro. Llegué con un coro no profesional, intenté que cambiaran, pero eran sindicalistas. Al final se fueron todos a la calle y hubo que improvisar otro coro, y el año próximo viene otro. En 13 años ha habido cuatro coros. Yo vine con la intención de dejar unos cuerpos estables en condiciones y no lo he podido hacer.
-¿Se quedará la Sinfónica de Madrid sin titular para su propia temporada de conciertos?
Es algo que no me atañe, sólo sé que la orquesta está muy preocupada, y que una orquesta sin titular es como una familia sin padre. Es necesario un responsable para lo bueno y para lo malo, para las decisiones de todos los días. Y es la primera que vez que la Sinfónica de Madrid, con 106 años, no va a tener director.
-¿Ha perdido peso la dirección musical en los teatros de ópera?
Sí, y creo que eso no es bueno. Un teatro de ópera funciona cuando todos los elementos tienen un equilibrio. Es tan importante la parte musical, como la escénica ?que ahora toma más decisiones? y la administrativa. Tal vez no llevo razón, pero el tiempo pone cada cosa en su sitio.
-Se va en un momento en el que la crisis azota a las instituciones culturales. Después de años de bonanza en los que se han pagado cachés muy altos, excesivos a veces ¿cree que la crisis puede ser positiva a la hora de reajustar costes?
A veces no vienen mal as crisis porque, efectivamente, reconducen muchas exageraciones, y porque ponen en marcha la imaginación. Sin embargo, el peligro cuando estás en países que tienen tradición en música clásica, como España, es que se prescinda de ella. Ese s el problema, pensar que no es necesaria.
-De cara al futuro, creo que tiene pensado dedicar cuatro meses a la ópera, otros cuatro a la música sinfónica y otros cuatro a vivir...
Espero conseguirlo. Me he comprometido tres años con la Ópera de Viena; volveré a Berlín en 2012, donde haré «Turandot» en la Deutsche Oper cuarenta años después de estar allí. Acabo de alquilar un apartamento en Berlín porque le prometí a mi mujer que volveríamos a nuestra juventud.
-Si le llaman para dirigir algún título en el Real, ¿aceptaría?
No. Creo que cuando se cierra una etapa se cierra.
-Pero volvió a dirigir a la ONE, a pesar de la herida que le provocó...
Sí, pero pasaron 14 años.
-El 31 de agosto, fecha en la que termina su contrato, ¿se va a ir del Real con pesar o con alivio?
Con alivio, porque no vienen momentos fáciles; con pesar, porque creo que no pude terminar del todo lo que quería, sobre todo con la orquesta; y con decepción por el coro.
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