Foto: Marco Brescia, Archivio Fotografico del Teatro alla Scala
Por Massimo Viazzo
(via Una Voce poco Fa)
¡Leo Nucci fue el verdadero triunfador de este Rigoletto! El barítono boloñés de sesenta y seis años, que ha hecho de este papel uno de sus caballos de batalla a lo largo de su extensa carrera, se ha identificado una vez mas con la pasión, la ternura, y también con el cinismo y el deseo de venganza del bufón de la corte, mostrando consumada habilidad teatral y gran espíritu de sacrificio. ¡Si!, porque Nucci no se reservó nada, y aunque pareció que su timbre se ha secado un poco, tuvo aun mucho que enseñar como en el sentido del fraseo y de la “palabra escénica”. El publico lo premió con una montón de aplausos después de su “Cortigiani, vil razza dannata” que cantó con el corazón en la mano, además de que el la bemol con el que concluye la cabaletta “Sì, vendetta, tremenda vendetta” sonó tan firme como una daga. Se trató de la reposición del clásico, sugestivo y bien rodado marco artístico dirigido por Gilbert Deflo, con la suntuosa producción escénica de Ezio Frigerio. El resto del elenco estuvo conformado por la joven polaca Aleksandra Kurzak (Gilda), una soprano ligera de voz fresca, que aunque no siempre fue capaz de controlar los agudos, si estuvo precisa desde el punto de vista interpretativo. A su vez, Stefano Secco (Duque de Mantua), desplegó un timbre agradable, un acento convincente, pero su voz tendió a adelgazarse mucho en la región aguda por lo que su interpretación del “Ella mi fu rapita” pareció desvanecerse. Adecuados estuvieron Marco Spotti (Sparafucile) y Mariana Pentcheva (Maddalena) especialistas cada uno de sus papeles, y retumbante y obscuro estuvo el Monterone de Ernesto Panariello. En términos generales, los demás intérpretes fueron no más que funcionales. Al final, estuvo James Conlon, y señalo rápidamente que el director americano no convenció en su labor de depuración de la partitura: es verdad, no se escucharon los tan vituperados "zum-pap-pà" (aquel ritmo de acompañamiento en tiempo de vals tan típico en Verdi), pero de la música del compositor se debe extraer también carne y sangre. Su concertación fue poco incisiva (incluso se notaron también algunos desfases rítmicos entre el foso y el escenario) y tampoco resultó ser muy envolvente.
¡Leo Nucci fue el verdadero triunfador de este Rigoletto! El barítono boloñés de sesenta y seis años, que ha hecho de este papel uno de sus caballos de batalla a lo largo de su extensa carrera, se ha identificado una vez mas con la pasión, la ternura, y también con el cinismo y el deseo de venganza del bufón de la corte, mostrando consumada habilidad teatral y gran espíritu de sacrificio. ¡Si!, porque Nucci no se reservó nada, y aunque pareció que su timbre se ha secado un poco, tuvo aun mucho que enseñar como en el sentido del fraseo y de la “palabra escénica”. El publico lo premió con una montón de aplausos después de su “Cortigiani, vil razza dannata” que cantó con el corazón en la mano, además de que el la bemol con el que concluye la cabaletta “Sì, vendetta, tremenda vendetta” sonó tan firme como una daga. Se trató de la reposición del clásico, sugestivo y bien rodado marco artístico dirigido por Gilbert Deflo, con la suntuosa producción escénica de Ezio Frigerio. El resto del elenco estuvo conformado por la joven polaca Aleksandra Kurzak (Gilda), una soprano ligera de voz fresca, que aunque no siempre fue capaz de controlar los agudos, si estuvo precisa desde el punto de vista interpretativo. A su vez, Stefano Secco (Duque de Mantua), desplegó un timbre agradable, un acento convincente, pero su voz tendió a adelgazarse mucho en la región aguda por lo que su interpretación del “Ella mi fu rapita” pareció desvanecerse. Adecuados estuvieron Marco Spotti (Sparafucile) y Mariana Pentcheva (Maddalena) especialistas cada uno de sus papeles, y retumbante y obscuro estuvo el Monterone de Ernesto Panariello. En términos generales, los demás intérpretes fueron no más que funcionales. Al final, estuvo James Conlon, y señalo rápidamente que el director americano no convenció en su labor de depuración de la partitura: es verdad, no se escucharon los tan vituperados "zum-pap-pà" (aquel ritmo de acompañamiento en tiempo de vals tan típico en Verdi), pero de la música del compositor se debe extraer también carne y sangre. Su concertación fue poco incisiva (incluso se notaron también algunos desfases rítmicos entre el foso y el escenario) y tampoco resultó ser muy envolvente.
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