Fotos cortesía de Javier Súnico Raborg
Por Gonzalo Tello
operaperu.com
Este 2011 es un gran año para la cultura peruana. No solo se reabre nuestro principal Teatro Municipal después de estar apagado casi 14 años, sino que además, gracias a la iniciativa gubernamental y de la empresa privada, algo que hasta ahora es increíble pero se agradece que sea cierto, Lima cuenta con un Teatro contemporáneo que reúne lo último en tecnología para producir grandes espectáculos y que nos ponen a la par con importantes ciudades del mundo. Da gusto poder volver a ver opera en nuestro principal teatro, el cual le da nueva energía a nuestra escena cultural y la sofistica.
“Il Trovatore” es, junto a “Rigoletto” y “La Traviata”, parte de la trilogía que catapulta a Verdi como el gran compositor italiano, y de sus primeras obras que imprimen la psicología en sus personajes. “Il Trovatore” es a diferencia de las otras, la obra más compleja y complicada de montar a escena. Por varias cosas, se necesita a cuatro cantantes lo suficientemente buenos musical y escénicamente; Se necesita una orquesta que tenga la llama verdiana y esté al nivel de esos cantantes; y una puesta en escena que tenga todo el vigor que el texto reclama.
En el sentido escénico, el argentino Carlos Palacios, quien debutó en Lima el año previo con los montajes de “Cavalleria Rusticana” e “I Pagliacci” en el Teatro Segura, nos presenta su visión de “Il Trovatore” basada en las cartas del tarot antiguo, barajas del siglo 15, la época medieval en que Verdi situa la trama de esta ópera. Estas cartas se muestran gigantes sobre la escena, desplegadas por los diferentes cuadros y están tanto impresas como también algunas cobran vida, pues los protagonistas de esta producción incluso forman parte de ellas. Vemos La Torre, a Los Amantes, a La Gitana, El Fuego de la pira, El Verdugo, entre otras figuras. Estéticamente, esta puesta es bella por su idea y concepto, sin embargo, para la complejidad de “Il Trovatore” en estos últimos tiempos, es necesario impregnar al movimiento escénico la crudeza y rudeza que el texto nos cuenta, algo en lo que creo no destaca esta produccion. Para una generación de gente mayor, es completamente efectiva, pero para los nuevos públicos, que aun no procesan con tanta rapidez los numerosos simbolismos que esta nos presenta, la falta de movimiento en escenas clave le quita el peso necesario que le pueda faltar al ritmo musical y escénico. En este caso, creo que al terzetto del primer acto esta falta de agilidad escénica es crucial, y ablanda la propuesta.
La soprano italiana Maria Pia Piscitelli como Leonora es formidable. Su voz es típica de una gran soprano verdiana con un fraseo elegante, notas en su lugar y gran entrega dramática, como demuestra toda su escena en el cuarto acto. Desde el recitativo previo al “Tacea la notte placida” se notan estas características. El aria “Amor sull’ali rose” es excelente, asi como el “Miserere” es conmovedor. Magnifica también en el duetto con el Conde de Luna interpretado por Giuseppe Altomare, en este ambos interpretes logran un excelente nivel en su compenetración escénica y vocal, que nos evoca estar en alguno de los grandes teatros de ópera, donde estos interpretes frecuentan. Este es uno de los puntos máximos de toda la puesta.
El tenor catalán Josep Fadó, quien debuta en Lima en el rol del trovador Manrico, es el personaje con el mayor reto, pues debe interpretar con alto nivel todo su papel, complicado y exigente desde el inicio, y porque la cavaletta “Di quella pira” es siempre esperada por el público, y donde el agudo final es determinante. Sin embargo, es lo menos importante, pues Manrico debe ser evaluado por la calidad del fraseo y la correcta técnica para poder llegar integro al final de la obra. Fadó cuenta con un fraseo correcto, interpretando “Deserto sulla terra” y “Miserere” fuera de escena con buenos resultados y bella linea musical, además destacando en el duetto “Mal reggendo” con Azucena. Si bien Fadó está al límite de sus posibilidades en su gran aria “Ah si ben mio” y la cavaletta, las ejecuta con gran calidad y proyección.
El barítono Giuseppe Altomare es un autentico cantante verdiano, eso lo demostró hace un tiempo en el rol de Germont, y esta vez en el completo rol del Conde de Luna. Musicalmente parejo, agudos espectaculares y fraseo elegante, su gran momento fue en el segundo acto, con su única aria “Il balen del suo sorriso”. Como ya es costumbre, nos entrega una impecable interpretación y gran presencia escénica, propia de su experiencia en las mejores compañías. Como dije antes, su mejor momento fue en el duetto con Leonora en el último acto, donde el nivel es sobresaliente.
En el rol que en mi opinión y la de muchos es el más intenso e importante de la obra, es el de la gitana Azucena, interpretada esta vez por la mezzo argentina Maria Luján Mirabelli. Este quizá sea el rol más exigente que le haya tocado a Luján Mirabelli y la lleva al máximo esfuerzo vocal. Su experiencia sobre las tablas se muestra clara como una gitana asfixiada por los recuerdos del pasado, y el tormento de la venganza que debe realizar hacia el final de la obra. Aunque por momentos se siente que hay un esfuerzo de la voz por mantenerse a flote sobre la orquesta, el resultado es conmovedor, y apoyado por un gran color en la voz que conmueve, sobretodo al final de la obra, cuando Azucena canta “Ai nostri monti”. Su primera aria, “Stride la vampa” es técnicamente correcta, y el duetto con Manrico es dramáticamente efectivo, aunque un tanto monótono por la falta de movimiento escénico.
Destacado también es el bajo uruguayo Marcelo Otegui en el rol de Ferrando, quien inicia la obra con una escena muy complicada, el recuento de la historia que precede a la ópera, y que Otegui interpreta correctamente.
“Il Trovatore” es una de las óperas de la época media de Verdi que contiene los más bellos coros y exigen gran entrega de este. El Coro de gitanos, así como el coro del tercer acto son primordiales y necesitan voces importantes para dar una gran espectáculo. El Coro Nacional de con el color y la fuerza verdiana para destacar en sus números de buena manera. Sin embargo por el lado escénico, le falta trabajar mucho, y aunque la propuesta de Palacios los mantenía firmes gran parte del tiempo, aun necesitan la soltura propia del teatro, más aun del teatro actual, que exige cada día mas del lado visual. Este elemento es primordial para poder interpretar obras más exigentes del repertorio y no caer en monotonía que pueda percibir el público y desinfle el trabajo logrado.
Correcta en su interpretación estuvo la soprano Maria Luisa Bringas como Inés. Buen color y de voz y proyección, aunque falta aun la soltura escénica adecuada. Igualmente destacado el tenor Wilson Hidalgo en el breve rol de Ruiz.
El director de la orquesta, Espartaco Lavalle Terry, dio una correcta y por momentos dinámica interpretación musical de la obra. Dirigiendo a la Orquesta Sinfónica Nacional logró buen ritmo y cohesión de los músicos, consiguiendo momentos inspirados. Sin embargo el espíritu verdiano no estuvo presente, debido quizá a que la orquesta no está permanentemente interpretando ópera, y por eso no sobresalió como hubiera podido. En este sentido se obliga al director a “jugar a salvo” y no poder ser audaz en pasajes que podrían ir más rápido o con mayor ímpetu, sobretodo en cavalettas y concertantes. Hay que destacar eso si el gran final del segundo acto, el cual sacó lo mejor de todo el elenco.
Punto a favor de Romanza el haber juntado un elenco de gran nivel, y el haber incrementado el número de coreutas y músicos en la orquesta. Económicamente es complicado, sobretodo en una compañía joven, pero el resultado final es de una producción de alto nivel que a mediano y largo plazo atraerá a mejores intérpretes y levantará el nivel ya en crecimiento de nuestras temporadas en Lima.
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