Foto: Marcela Poch
"La puesta en escena que acaba de estrenar el Teatro Municipal de Santiago es un trabajo de valor excepcional, que se recordará como uno de los mayores logros artísticos de la historia del principal teatro chileno"
Juan Antonio Muñoz H.
Diario El Mercurio de Santiago
"Boris Godunov" (1874; revisión orquestal de Rimsky-Korsakov de 1908), de Modest Mussorgsky (1839-1881), es una de las óperas más impresionantes jamás escritas, tanto por su música como por su texto, y la puesta en escena que acaba de estrenar el Teatro Municipal de Santiago es un trabajo de valor excepcional, que se recordará como uno de los mayores logros artísticos de la historia del principal teatro chileno. No es una ópera cualquiera bajo ningún aspecto, al punto que incluso permite discutir en términos ideológicos, pues los partidos soviéticos quisieron usar algunas de sus escenas como ejemplos de levantamiento popular cuando el mensaje del poeta (Pushkin en el origen) y del compositor ponía en relieve la manipulación de que era víctima el pueblo.
Muchas experiencias teatrales y musicales confluyen en esta obra. Mussorsgky quiso dar cuenta de "lo contemporáneo del pasado" y hablar de cómo se repiten en los siglos los hechos de sangre para acceder al poder y luego para mantenerlo. Por esto, algunas puestas en escena han enfatizado estos aspectos, asociando una historia de zares para aludir a Stalin y Lenin, aun cuando la acción de la trama se ambienta entre 1598 y 1605.
Hay referencias a técnicas teatrales de la tragedia griega, a Shakespeare ("Macbeth", "Hamlet", personajes populares de sus comedias), a los métodos dramáticos en boga en el siglo XIX ruso, a la piedad religiosa, al folclor, al sentido profundo de los himnos y, también, vínculos hasta con Claudio Monteverdi, pues el compositor consideraba que la palabra es clave en la expresividad musical ( Seconda Prattica ) y que la música es la "recreación en sonidos musicales de la expresión y los sentimientos". Lo esencial, por tanto, era utilizar el verbo en la descripción psicológica de personajes que, a través de la musicalidad que se desprende de su habla (de su canto), mostraran su interior.
Es de esperar que Hugo de Ana nunca deje de venir a Chile. Su trabajo es tan extraordinario, de tanta profundidad en su análisis, de tan acucioso tratamiento de todos los aspectos, que, a la vez que asombra con su belleza, también invita a descifrar misterios intelectuales y catalizar vínculos entre el foso y la escena. Así, las dos estructuras de fierro de 2,5 toneladas cada una y los motores que las mueven no están destinados a hacer alarde tecnológico, sino a contribuir -sincronía garantizada- al concepto dramático y crear una réplica visual de lo que sucede en la orquesta. Todos los elementos contribuyeron a este propósito. Partiendo por una iluminación que consigue dar la profundidad que el escenario del Municipal no tiene y que, mediante transparencias y difuminados en bellas tonalidades rojas, plateadas y azules, permite planos de acción en secuencias que podrían definirse como cinematográficas. Además, la presencia de los íconos contribuye a dar el marco exactamente ruso que equilibra la necesaria estilización, así como el vestuario, rico, elaborado con pedrería y buenas telas. De Ana sabe también cómo manejar las masas corales para extraer de ellas potencia teatral y comunicar el sentido de sus lamentos y de su elusiva alegría: el coro fue protagonista en todo momento.
Este hermoso trabajo tuvo a su lado un logro musical también de alto nivel. El joven director Konstantin Chudovsky, capaz de conducir una obra como esta sin partitura, atendió cada detalle vocal e instrumental, fue sutil incluso en la expresión sonora más exuberante, diferenció tramas musicales y mantuvo un correlato absoluto con la régie . Simplemente notable. Contó con una Orquesta Filarmónica y un Coro del Teatro Municipal en espléndido estado, y un elenco de primera.
El bajo italiano Roberto Scandiuzzi estuvo brillante en la parte de Boris, entregado al pathos del personaje y a sus disquisiciones morales y religiosas. Quizás faltó algo de la profundidad metafísica de sus textos, pero el zar estaba ahí, vivo, imponente, comunicando su miseria y su grandeza. La voz le respondió muy bien en el registro central y grave; sólo sus agudos sonaron de pronto algo fijos. Estupenda en porte y riqueza vocal la Marina Mnishek de la contralto Ana Viktorova, dueña absoluta de un personaje insólito cuyos textos sorprenden en cada relectura.
Lo mismo el tenor Mikhail Gubsky, con su agudo vibrante y poderoso, y el bajo Ain Anger, Pimen de gran altura vocal y actor profundo y sereno. Deben mencionarse los aportes de Diletta Rizzo Marin (delicada Xenia), Lina Escobedo (Nodriza), Maxim Paster (Príncipe Shuisky), Vitaly Bilyy (excelente como Andriei Shelkalov y como Rangoni), Alexander Teliga (Varlaam), Alexis Sánchez (entrañable Idiota), Claudia Godoy (vital Posadera), Miriam Caparotta (Fiodor), Pablo Ortiz (Missail) y Cristián Moya (Jesuita).
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