Por Rubén Amón (Diario El Mundo)
Plácido Domingo ha regresado a Nueva York. Como tenor, como director de orquesta y como barítono. Sin olvidar su faceta de sobreintendente, que desempeña en dos teatros Washington y Los Ángeles- al tiempo que estudia nuevos papeles de su repertorio.
Es la razón por la que 'The New York Times' lo bautizaba el jueves pasado como el jefe de la ópera. Una manera de aludir a su omnipotencia y de reconocer que Domingo ha sobrepasado cualquier expectativa imaginable. Por edad. Por calidad. Y porque es imprescindible.
El adjetivo no puede sustraerse a la falta de relevo, de alternativa, de delfines. Sobrentendiéndose que el protagonismo de Domingo depende de sus evidentes méritos y, al mismo tiempo del vacío que ha abierto entorno a sí mismo. Exactamente como le sucedió al Guerra, cuyo liderazgo en el toreo decimonónico le condujo a afirmar con arrogancia senequista: Primero yo. Después, nadie. Y después de nadie, el Fuentes.
Primero Domingo. Después, nadie. Y después de nadie Juan Diego Flórez, o Roberto Alagna, o Ramón Vargas, o Marcelo Álvarez, o Jonas Kaufmann.
Cualquiera de ellos reviste interés y puja por la herencia en el escalafón, pero ninguno se ha colocado como favorito en el debate de la cuestión sucesoria. Ni siquiera el mexicano Rolando Villázon, cuyas prisas y ansias de emulación lo han constreñido a una retirada temporal sin casi haber cumplido la mitad de los años que tiene Plácido Domingo en su incomparable longevidad y ubicuidad.
Un sondeo de la BBC ha organizado entre la crítica internacional había convertido al monstruo en el mejor tenor de la historia. Puede tratarse de una exageración. O de una conclusión en exceso condicionada al eclipse fascinante que representa Domingo.
Está claro, en cambio, que Plácido figura entre los mayores intérpretes de todos los tiempos. Hasta el extremo de que sus devaneos como director de orquesta dirige ahora 'Stiffelio' en el Met-, la aventura baritonal de 'Simon Boccanegra', su papel de intendente y las veleidades 'cross-over' provienen del crédito que ha aportado y aporta su trayectoria de tenor.
Decía Alfredo Kraus que el profesional de la ópera debe cantar con los intereses sin tocar el capital. Domingo ha desmentido a su viejo rival sin miedo a la bancarrota. Probablemente porque es el único que se lo puede permitir. Y después de él, nadie.
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