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Fotos: GTN |
Por Gonzalo Tello (Ópera Perú)
Viernes 14 de marzo de 2014
Novena sinfonía de Beethoven
Orquesta Sinfónica de Arequipa, Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil, Pablo Sabat
Coro Nacional, Javier Súnico
Maria Elena Ricra, Caridad Herrera, Manuel Rodríguez, Humberto Zavalaga
Gran Teatro Nacional
Desde que abrió el Gran Teatro
Nacional se siente un placer adicional ir a cada concierto y sentir que es la
primera vez que los grandes clásicos suenan en ese recinto. Es como si cada uno
de nosotros somos parte de la historia cultural de este lugar y de la ciudad.
Algo que nuestros antepasados sintieron quizá cuando se abrió el Teatro Forero,
Segura y otros más. Especialmente si son obras tan importantes y clásicos:
Oberturas de Wagner, la Marcha Triunfal de Aida de Verdi, la quinta sinfonía de
Shostakovich o las sinfonías de Mahler. Todas siendo escuchadas por primera vez
aquí, dan un placer indescriptible que alimenta la experiencia en cada
concierto.
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Pablo Sabat Mindreau, OSA y OSNJ |
La misma sensación me dio este
viernes escuchando una de las obras más reconocidas del mundo, la novena
sinfonía de Ludwig van Beethoven. La ocasión fue una especial, celebrar los 75
años de existencia de la orquesta sinfónica de Arequipa. Para el inicio de
estas celebraciones que se iniciaron la semana pasada en Arequipa, se convocó a
la Orquesta sinfónica nacional juvenil OSNJ, al Coro Nacional y a cuatro
solistas nacionales para interpretar esta obra, la cumbre del genio de Bonn. La
ventaja de juntar a ambas orquestas es que tienen al mismo director musical,
Pablo Sabat Mindreau. Esto ayuda a que ambas se complementen, teniendo el mismo
criterio de trabajo. La experiencia fue interesante, especialmente por el
número de músicos, más de 110, que pueden lograr un sonido mucho más poderoso.
La ventaja de que ambas orquestas
estén bajo la batuta de este director también sirve para que se les pueda
exigir mayor virtuosidad y que el sonido sea homogéneo y no se disperce. La
batuta de Sabat es impecable y seguida con minuciosidad por los músicos. Desde
las primeras notas de la sinfonía, que narran el inicio de la creación, el
sonido es bastante etéreo, elevándose a contundente. Aún la orquesta busca
compenetrarse en un sonido parejo, algo que logra hacia el final del allegro ma
non troppo. El Molto vivace es conducido a gran velocidad a lo que la orquesta
responde impecablemente. Mejor le va a las cuerdas y los vientos que a los metales,
que nos muestran un sonido beethoveniano muy dinámico.
Un error fue introducir a los
cuatro solistas a escena antes de comenzar el tercer movimiento. Esto originó
un aplauso espontáneo que dispersa al público que no anduvo muy concentrado
durante el Adagio molto e cantábile. Sin embargo la orquesta logró bellísimos sonidos
impulsados por la batuta de Sabat, la cual controlaba a la orquesta a la
perfección, logrando que ciertos pasajes resonaran de forma orgánica. Una delicia.
El último movimiento, Presto –
Allegro assai, es el más revolucionario de la obra beethoveniana, pues
introduce la voz humana por primera vez en una sinfonía. Este movimiento se
inicia recordando los anteriores tres con sus temas principales. La batuta de
Sabat vuela y saca virtuosidad de los músicos. No pretende ser una versión referencial
de la obra, y eso lo aplaudimos. Trabajar con músicos jóvenes permite
experimentar de esa y otras maneras, logrando resultados extremadamente
interesantes. Aquí también la orquesta vuelve al sonido orgánico gracias a la
batuta de Sabat, convirtiéndose en un monstruo domesticado.
El Coro Nacional, dirigido por
Javier Súnico, estuvo impecable. No hay más que decir. Proyección, matices,
volúmenes y cohesión. Sorprende que haya tantos músicos “complementarios”,
cuando estos deberían formar parte del elenco de manera permanente.
Lo que si falló fue el grupo de
solistas. Caridad Herrera, la mezzosoprano, lo hizo bastante bien en una
partitura que es injusta para su tipo de voz, en la que se limita a cantar en
conjunto sin parte solista y solo notas graves, secundarias a las de la
soprano. Sin embargo, observándola y escuchando muy detenidamente, estuvo
correcta. Algo que no le pasó a la soprano Maria Elena Ricra, desafinando en
los agudos cuando ella debe llevar y controlar la melodía mientras los cuatro
cantan. El barítono Humberto Zavalaga, quien abre la parte coral de la sinfonía,
estuvo correcto pero sin gracia. El tenor Manuel Rodríguez sonaba muy bajo y
con desgano. Los solistas no estuvieron a la altura de la velocidad del maestro
y orquesta.
Este ha sido un importante
acontecimiento en nuestro primer teatro este 2014. Por lo pronto veremos a la
OSNJ en varios conciertos durante su temporada, incluido uno con el virtuoso
violinista Ray Chen y en otro homenaje a Richard Strauss.