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20 mayo 2012

Dietrich Fischer-Dieskau, barítono que definió una era musical

JUAN GÓMEZ (Berlín), 18-Mayo-2012




De los grandes cantantes del siglo pasado, Dietrich Fischer-Dieskau fue uno de los barítonos más sobresalientes. Seguramente el mejor intérprete de lieder del que hay grabaciones. En este género dominaba un enorme repertorio de más de 3.000 piezas, que obviamente incluía lo más granado de Schubert, Brahms o Schumann, además de otras decenas de compositores. Queda constancia de su talento en una amplia colección de discos. Uno de sus ambiciosos proyectos fue la grabación, con el pianista Gerald Moore, de buena parte de la ingente producción lírica de Schubert. Destacan aquí sus nueve grabaciones del Winterreise [Viaje de Invierno]. Joachim Kaiser, el más influyente crítico musical alemán, escribió en el Süddeutsche Zeitung hace cincuenta años que “con Fischer-Dieskau, el crítico más crítico obtiene lo que anhela, casi siempre en vano y en secreto: se desarma”. Por fin, decía Kaiser, “se puede admirar sin reservas”. En aquellos años, el barítono berlinés triunfaba en todo el mundo e incluso fue portada del semanario Der Spiegel. Aún no había cumplido 40 años.
Los encomios a su talento rara vez abandonaron el terreno del superlativo. Era “el cantante por antonomasia”, un “genio de la declamación” (Frankfurter Allgemeine Zeitung) de “rarísima maestría” (New York Times). La soprano Elisabeth Schwarzkopf, otra de las intérpretes que marcaron el último siglo, fue aún más lejos; para ella, Fischer-Dieskau era “un dios que no carecía de nada”. Su figura en el escenario era imponente, con sus casi 1,90 metros de altura y cercana a los cien kilos de peso, era una presencia rotunda en el escenario. Decía que cantar un ciclo de lieder es tan agotador como una ópera de varias horas. Cuando cantaba en directo, la audiencia podía renunciar al libreto gracias a su entonación precisa y su articulación de las palabras. Y eso no solo alemán, italiano, francés, o inglés, sino también en ruso, hebreo o húngaro, lenguas todas en las que grabó.
Escuchar un ciclo cantado por Fischer-Dieskau es escuchar, también, la historia que cuentan las canciones. La desolación de sus primeros Winterreisen, que interpretaba con la energía de una voz joven, dejan la impresión de que se está escuchando al narrador de los poemas, alguien que no interpreta una partitura sino que está cantando la verdad y sabe muy bien por qué la canta. Resulta asombroso cómo mezclaba contención, precisión y convicción, sin que ninguna de esas cualidades fuera en detrimento de cualquiera de las otras.
Fischer-Dieskau nació en Berlín en 1925. Era el pequeño de tres hermanos. Su padre era filólogo clásico y su madre, maestra. Ambos reconocieron el talento del niño y apoyaron sus ambiciones musicales. Cuando nació, la familia aún se llamaba solo Fischer, pero en 1934 añadieron Dieskau al apellido para recordar a un antepasado aristocrático al que Bach dedicó una cantata.
En 1943, la Wehrmacht sacó al joven estudiante del conservatorio de Berlín y lo envió al frente oriental de la II Guerra Mundial. Cuidaba caballos en el aparato logístico del Ejército nazi. Tuvo la suerte de que lo redestinaran al frente italiano, donde fue hecho prisionero por los estadounidenses en 1945, poco antes de que Alemania se rindiera incondicionalmente. Como sus padres, los vencedores se percataron del talento del joven y le pedían que cantara para otros presos en escenarios improvisados sobre vehículos de combate. Se ha dicho que ese talento fue, no obstante, un obstáculo para su liberación. Tanto gustaban sus cantos que los captores intentaron alargar su estancia en prisión todo lo que pudieron. Volvió a casa en 1947.
A los 22 años regresó a sus estudios en el conservatorio. Muy poco tiempo después, triunfó con su interpretación del Deutsches Requiem de Brahms. En 1947 grabó su primer Winterreise con Gerald Moore, que sería su acompañante durante años. Su primer papel operístico fue en el Don Carlos de Verdi, en la Deutsche Oper de Berlín, en 1948. Empezó a postularse para otros papeles, como el de Papageno en La flauta mágica de Mozart. Pronto se convertiría en uno de los embajadores culturales de la Alemania Occidental por medio mundo. Según recuerda el FAZ, “aquellos artistas representaban la nueva Alemania democrática y su trabajo anunciaba que siempre hubo otra Alemania mejor cuya cultura perteneció a todo el mundo.”
También fue uno de los grandes intérpretes de Wagner. Son recordadas sus representaciones en Bayreuth, la meca wagneriana. También cantó en casi todos los palacios de ópera más célebres y cotizados de mundo: Viena, Salzburgo, Nueva York… En la ópera de la capital austríaca fue la estrella del famosoFalstaff dirigido por Luchino Visconti. Fue, además, uno de los intérpretes clásicos con un mayor número de grabaciones.
Cuenta la violinista de la orquesta de Granada Isabel Mellado que, cuando lo acompañó junto a la Orquesta de la Ópera bávara en una gira japonesa hará más de 20 años, se decía que Fischer-Dieskau nunca cantaría de nuevo el Deutsches Requiem de Brahms. La “voz madura del cantante ya mayor, a punto de retirarse, entonaba el Réquiem con una emoción que hizo llorar a algunos músicos en el escenario”. Su última interpretación fue un aria de Falstaff en una gala de Nochevieja de 1992, en Munich.


Se insiste mucho en Alemania en que no se debe reducir a Fischer-Dieskau a sus interpretaciones de lied. Se recuerda entre sus papeles operísticos el estreno del Rey Lear de Aribert Reimann, en 1978. También escribió varios libros y dio clases en la Universidad de Las Artes de Berlín, entonces llamada HDK. Además, era aficionado a la pintura. Al final de su vida adoptó una postura crítica con las nuevas puestas en escena de algunas óperas y con el desarrollo del canto. Recientemente se quejó de que los jóvenes escucharan poco a los cantantes anteriores: “a veces me parece que he vivido para nada.”
En 1949, Fischer-Dieskau se casó con la cellista Irmgard Poppen, que murió en 1963 al dar a luz a su tercer hijo. Su cuarta esposa desde 1977, Júlia Várady, se encargó de anunciar su muerte este viernes, en su casa de Berg, junto al lago de Starberg, en Baviera. Tenía 86 años.

18 mayo 2012

Fallece el barítono Dietrich Fischer-Dieskau, una de las grandes voces de la ópera alemana


(EFE)

BERLÍN.- El barítono alemán Dietrich Fischer-Dieskau falleció hoy, a pocos días de cumplir los 87 años, en su casa de Starnberg (Baviera), comunicaron fuentes familiares. El solista, hijo predilecto de Berlín, la ciudad donde nació el 28 de mayo de 1925, murió rodeado de sus familiares, dijo la soprano Julia Varady, su cuarta esposa, con la que se casó en 1977.


Considerado una de las grandes voces de la escena alemana del siglo XX, Fischer-Diskau debe su celebridad principalmente a sus interpretaciones de piezas de Franz Schubert, Gustav Mahler y Carl Löwe.



La trayectoria musical de Fischer-Diskau alternó entre su Berlín natal y la Baviera, donde vivió durante décadas y hasta su muerte. Su carrera arrancó en 1947, cuando se vio interpretando el "Deutsches Requiem" de Johannes Brahms por enfermedad de quien iba a ser el solista titular. A partir de ahí, fue contratado como barítono por la Deutsche Oper de Berlín, una de las tres óperas de la ciudad, con la que permaneció vinculado durante prácticamente toda su vida.


Paralelamente, actuó en las más prestigiosas óperas de todo el mundo, desde Munich a Londres y Nueva York, y a las órdenes de directores como Daniel Barenboim, Christoph Eschenbach y Claudio Abbado. 


Además de solista, Fischer-Dieskau ejerció como pedagogo y, ya retirado en su casa de Starnberg, a orillas del lago del mismo nombre, se dedicó a la pintura. Su última gran interpretación como barítono fue en una gala de la Ópera Bávara, en 1992.



La noticia de su muerte desató una ola de condolencias tanto del mundo musical como del espectro político, encabezadas por el alcalde gobernador de Berlín, el socialdemócrata Klaus Wowereit, y el líder de la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU), el conservador Horst Seehofer. (Emol.com)







04 julio 2010

Cantos mundanos: "Carmina Burana" de Carl Orff


Carmina Burana es una cantata escénica del siglo XX compuesta por Carl Orff entre 1935 y 1936, utilizando como texto algunos de los poemas medievales de "Carmina Burana". La obra se compone principalmente de versos en latín aunque cuenta con fragmentos en alemán y provenzal antiguo. Su fragmento más conocido es el O Fortuna, que constituye la primera parte del preludio y que se repite al final de la obra. Orff subtituló la composición: Cantiones profánae cantóribus et choris cantándae comitántibus instrumentis atqüe imáginibus mágicis (en español: ‘canciones laicas para cantantes y coreutas para ser cantadas junto a instrumentos e imágenes mágicas’).

La versión de Orff constituye, junto a Catulli Carmina y El Triunfo de Afrodita, la trilogía Trionfi. En la cantata, además de la orquesta y coros, intervienen solistas (soprano, tenor, bajo), destacando su abundante y espléndida percusión.

De la colección completa de los Carmina burana, Orff escogió 25 canciones y las ordenó de modo que pudieran ser representadas en un escenario. En cuanto a la música, se amoldó a la sencillez de los textos. Aproximadamente la mitad de las piezas son canciones cuya melodía se repite en cada estrofa casi sin variantes, limitándose algunas veces a realizar simples escalas mayores o menores.

El ritmo es el encargado de dar variedad al conjunto, impidiendo así cualquier monotonía. Esta riqueza rítmica es, tal vez, la característica más importante de los Carmina Burana de Orff. Sin embargo -aunque nunca se ha mencionado explícitamente-, podría existir una fuente de inspiración: Las Bodas, de Stravinsky (1923).
La obra de Orff consta de una introducción, tres partes y un final, con un total de veinticinco números:

Introducción
Fortuna Imperatrix Mundi
i: O Fortuna
ii: Fortune plango vulnera.

I. Primo vere
iii: Veris leta facies
iv: Omnia sol temperat
v: Ecce gratum. Uf dem Anger
vi: Tanz (instrumental)
vii: Floret Silva
viii: Chramer, gip die varwe mir
ix: Reie (instrumental) - Swaz hie gat umbe - Chume, chum, geselle min - Swaz hie gat umbe (repetición)
x: Were diu werlt alle min.

II. In Taberna
xi: Estuans interius
xii: Olim lacus colueram
xiii: Ego sum abbas
xiv: In taberna quando sumus.

III. Cour d'amours
xv: Amor volat undique
xvi: Dies, nox et omnia
xvii: Stetit puella
xviii: Circa mea pectora
xix: Si puer cum puellula
xx: Veni, veni, venias
xxi: In trutina
xxii: Tempus est iocundum
xxiii: Dulcissime. Blanziflor et Helena
xxiv: Ave formosissima.

Fortuna Imperatrix Mundi
xxv: O Fortuna.



Carl Orff
Carmina Burana, primera parte de la trilogía Trionfi


Gundula Janowitz, soprano
Gerhard Stolze, tenor
Dietrich Fischer-Dieskau, barítono

Orchester des Deutschen Opernhauses Berlin
Director: Eugen Jochum
1967

28 mayo 2010

Dietrich Fischer-Dieskau, el gran barítono


Nacio el 28 de mayo de 1925. Su verdadero nombre es Albert Dietrich Fischer. Diskau fue agregado al apellido original por el abuelo en 1937. Estudió canto en la capital alemana con Georg Walter y luego con Hermann Weissenborn en la “Hochschule für Musik” de esa ciudad. Sus primeras inquietudes habían sido convertirse en un actor, un director de orquesta o un Heldentenor. Llamado pronto al frente fue hecho prisionero en Italia y llevado a un campo de concentración. Allí continuó entrenándose como autodidacto e hizo algunas presentaciones dentro y fuera del establecimiento de detención.

Terminadas las hostilidades volvió a su antiguo profesor Weissenborn y en 1947 hizo su debut oficial en Freiburg con el “Requiem alemán” de Brahms. Al año siguiente se presentó por primera vez en un escenario lírico (la Opera del Estado de Berlín) como el Marqués de Posa (Don Carlo), personaje que le quedaba como anillo al dedo y al que sabía dar un supremo señorío a través del canto y el juego escénico. En 1949 aparecieron en su repertorio un elegante Don Giovanni y un autoritario Almaviva (Nozze di Figaro). También Wolfram (Tannhäuser), Valentin (Faust), Ford (Falstaff), Marcello (Bohème) y el Landgrave (Santa Isabel de Liszt).



La actividad de la Opera del Estado de Berlín de la dividida ciudad lo tuvo como favorito de creciente popularidad y se lució en las “Semanas de otoño”, donde fue ovacionado en cada presentación. Sus condiciones innatas y cultivadas de músico y actor se fueron perfeccionando y los años posteriores vieron triunfos como el Renato (Ballo in Maschera, 1956/57) Matías el Pintor de Hindemith (1959) y las memorables presentaciones de Wozzeck (1960), aparte de las presentaciones con la compañía en el Teatro Champs-Elysées de París como Almaviva (1956). Además de la actividad berlinesa, se presentó asiduamente (desde 1949) en la Opera del Estado de Munich con roles mozartianos antes aludidos y en las obras de Richard Strauss que tan bien se avenían a sus medios (Arabella, Salomé y Capriccio).

Nuestro barítono creó en esta compañía el complejo papel de Mitenhofer en Elegía para jóvenes amantes de Henze. Fischer-Diskau se presentó por primera vez en Bayreuth en 1954 y durante un período relativamente breve cantó los papeles del Heraldo de Lohengrin, Wolfram, Kothner y Amfortas. Dos años antes había participado en los Festivales de Salzburgo, donde cantaría hasta 1978 papeles como Almavivam, Wotan (Das Rheingold), Don Alfonso y Mefistófeles (Damnation de Faust de Berlioz). Llegó al Covent Garden de Londres con Mandryka (Arabella, 1965). También fue muy aplaudido en Viena en conciertos y funciones líricas. En Italia nunca intentó rivalizar con los colegas de ese origen. Aun así fue invitado por la RAI en 1956 para protagonizar el Guillermo Tell rossiniano (un gran logro) e hizo muchas giras de concierto.


La galería de personajes de Fischer-Diskau es una muestra de su característica versatilidad. Además de Don Giovanni y Almaviva supo ser un agudo Don Alfonso en Cosí fan tutte, el Orador de Zauberflöte y Barak en Die Frau ohne Schatten. Siempre admiró a Verdi y le hizo todos los honores en acabadas encarnaciones de Rodrigo, Falstaff y Renato. En Wagner descollaba sólo en los requerimientos más líricos, pero supo dar vida a Kurwenal, Hans Sachs y al Wotan de Das Rheingold. Su musicalidad acrisolada lo hizo ideal para la literatura del siglo XX, como la mencionada obra de Henze, en Lear de Reimann (Munich, 1978, estreno mundial), Doktor Faust de Busoni, el Matías de Hindemith y el Wozzeck de Berg. Los Estados Unidos lo conocieron mayormente a través de los discos. Debutó allí el 15 de abril de 1955 en Cincinnati con el “Requiem alemán” de Brahms y el 24 de marzo de 1974 se presentó como director de la Orquesta Filarmónica de Los Angeles. Otras agrupaciones han estado bajo su sólida conducción.


Kenneth escribió una biografía suya publicada en 1981. Fischer-Diskau se retiró definitivamente en 1993 por motivos de salud. El arte de este barítono alemán iluminó el firmamento de la música durante cuatro décadas y se lo puede considerar como una de las piedras angulares del arte canoro de su generación. Poseyó un sentido musical único y en el terreno del Lied ha tenido pocos colegas a su estatura. Dominó con talento el factor idiomático de las obras que afrontó y es destacable la manera en que manejó las lenguas italiana y francesa. Con sorprendente facilidad pudo transitar por estilos diversos y logró dejar una profunda huella como cantante de teatro lírico, aunque sin llegar a las profundidades histriónicas de colegas como Tito Gobbi.


Los escenarios concertísticos de todo el mundo no se cansaron de aplaudirlo y su acercamiento al micrófono fue exhaustivo, habiendo dejado un legado imperecedero para todo admirador de la música. Su privilegiada voz de barítono neto fue hermosa, penetrante, sonora y colorida. La perfecta técnica aplicada al noble órgano permitía un juego de dinámica que siempre obedecía al sentido del texto. También exhibió un sabio dominio del pasaje, las notas altas (sin problemas hasta el La) y de uno de los trinos masculinos más perfectos que jamás se hayan escuchado.

La presencia de este cantante (que dividía a la perfección los empeños en recitales y funciones líricas) fue muy útil para enseñar a una legión de melómanos que “canto de cámara” no significa poca voz o desmayada expresión. Gérard Souzay se refugiaba en entregas intimistas que muchas veces sonaron algo lánguidas. Fischer-Diskau, en cambio, supo dar el carácter adecuado (y camerístico) tanto a la estrella vespertina de Tannhäuser, que interpretaaba como nadie, como a los personajes que deben ser diferenciados con vigor y versatilidad en “Erlkönig” de Schubert.


El amor y el respeto de Fischer-Diskau por el canto italiano no sólo se manifestaron con el esmero que puso a las encarnaciones de Rigoletto, Renato, Rodrigo, Scarpia y Macbeth, sino que Beniamino Gigli y Giuseppe De Luca estuvieron entre sus ídolos. Piensa que el arte canoro peninsular está íntimamente ligado con el paisaje (algo con lo que concordamos) pero también que hay cantantes de tipo itálico que pueden provenir de otras latitudes. Admira a Maria Callas por su extraordinaria musicalidad y lamenta no haber concretado una versión de Macbeth con su Lady en los años sesenta.

Fuente: Patrón Marchand, Miguel–Callas y 99 contemporáneos